Como había contado en mi anterior entrada, mi situación
profesional cambió para muchísimo mejor a partir de finales del mes de Julio.
Esto me hizo cambiar radicalmente mi plan de temporada de no hacer ningún
triatlón en verano. El recuerdo del buen triatlón hecho en Barcelona a pesar
del bajón en horas de dedicación me impulsó a apuntarme a un nuevo triatlón a
finales del mes de Agosto, con la perspectiva de tener un mes para prepararlo y
volver a sentirme triatleta.
El elegido fue el Triatlón de Alba de Tormes, localidad
cercana al pueblo de Alejandra y cuya
inscripción me costó tan solo 10€, algo a reseñar en este mundo de precios
inflados. Durante el mes de Agosto me dediqué a volver a entrenar, recuperando
sobre todo la ilusión que había perdido por este deporte. No me maté a
entrenar, ni me dediqué a pensar en tiempos ni ritmos, simplemente quería
volver a hacer un triatlón con la sensación de estar compitiendo.
Así que allí nos plantamos el 29 de Agosto, en plena ola de
calor y… se pone a llover mientras recogemos los dorsales, menos mal que el
circuito de bici no tenía complicaciones. A diferencia de mis triatlones en
2014 donde me estudiaba al dedillo recorridos antes de salir, aquí no me quedo
ni con dónde he dejado la bici. Caliento un poco en el agua del bastante
caliente – pero a pesar de ello con neopreno hasta arriba – Río Tormes.
Con bastante retraso se da la salida, en medio de bastante
confusión lo que hace que mucha gente salga – entre ellos yo – con una
desventaja de 50 metros. Este no será el último indicador del caos organizativo
que fue la prueba, aunque alguno dirá que por 10€, que más se puede pedir… En
el agua no me siento cómodo desde el principio, bajo el ritmo a partir del giro
de la boya (la mitad del recorrido de 750 metros) pensando que quizás he salido
demasiado “revolucionado”. Salgo en unos 13’ pelaos del agua, lo cual no está
nada mal, aunque mis sensaciones están lejos de ser buenas.
Cojo la bici después de una mala transición y el circuito se
me atraganta desde el km.0. Mucho callejeo al principio y luego un sube-baja
del que mis piernas no quieren saber nada. Lo paso sin más, pero ya mi cabeza
está mal, demasiada diferencia entre mi vuelta al ruedo imaginada y la real.
Pero lo peor está aún por llegar, la carrera a pie es una
encerrona, una carrera de montaña con unas cuestas demoniacas que me acaban de
rematar. Ahora sí que la carrera se convierte en pura supervivencia y el único
objetivo cruzar la meta. El calor se intensifica, lo cual para mí es como si en
lugar de correr 5k tuviera que correr 10. Al final llego entre la confusión por
la cuestionable colocación de la línea de meta, pero mis ganas de agua y sombra
superan a las de protestar o quejarme.
Acabo en la fuente del pueblo con otros competidores dándome
un baño, que sirve como analogía del baño de realidad que me acababa de dar en
la carrera… Moraleja, mi nivel de 2014 está ahí, pero entrenando un mes no se
puede pretender alcanzarlo.
Con esta prueba terminé la temporada 2014-15, que suponía un
bajón más que evidente si la comparamos con la temporada 2013-14, pero tuve momentos
(principalmente en Marina d’Or y Barcelona) que me permiten soñar con recuperar
ese nivel si vuelvo a entrenar.
¡Allá voy 2016!