El año pasado, allá por el 5 de Octubre de 2014, realicé en
Barcelona el triatlón del que más orgulloso me siento desde que empecé a hacer
esto en Talavera en Mayo de 2009. No fue en el que mejor nadé, ni la mejor
bici, ni la carrera a pie más rápida – bueno, para uno de distancia olímpica si
fue el más rápido – pero mis sensaciones al final de la carrera fueron de haber
realizado “El Triatlón” con mayúsculas.
Con estos antecedentes, en el momento en que las
inscripciones estuvieron disponibles no tardé ni medio segundo en decidirme.
Los acontecimientos después de esa inscripción, como ya he llorado en entradas
anteriores, hicieron que mi estado de forma el día de la carrera distara una
barbaridad del de aquella mañana de Octubre de 2014.
Se me olvidaba comentar que los organizadores de la prueba,
cansados de la aleatoriedad climatológica de Octubre – dos años seguidos con
aguacero – decidieron mover la prueba a finales de Junio. Este cambio,
particularmente en este año de poco entrenamiento, me vino perfecto ya que dudo
mucho que hubiese podido llegar a Octubre.
El caso es que el Domingo 21 de Junio a eso de las 8 de la
mañana me disponía a meterme en las aguas mediterráneas de la playa de la Mar
Bella, tras un gran fin de semana con mi – cada vez más catalán – buen amigo
Christian. La estrategia para toda la prueba era clara, llegaba con 2-3
entrenamientos en agua en el último mes, alguna salida en bici y, esto sí, un
par de rodajes por semana en París, así que objetivo: cruzar la línea de meta.
Empiezo a nadar muy atrás en el grupo de 500 triatletas en
el que me tocaba salir. Lo que menos quiero son golpes con otros triatletas que
me hagan gastar más de lo necesario. Paso sin problemas ni cansancio excesivo
hasta la última boya, donde los brazos empiezan a notar el déficit de metros
entrenados. Los metros finales hasta la orilla se hacen un poco más pesados, pero
nada del otro mundo. Llego a la primera transición para coger la bici con
bastante mejor cuerpo del esperado, pero también sabía que la natación iba a
ser lo “más fácil”, lo importante empezaba entonces. La gran sorpresa en este
sector vino al consultar los tiempos: 26’38”, apenas 1’20” más que el año
anterior.
Me subo a la bici sabiendo que si me paso de rosca lo voy a
pagar con creces en la carrera a pie. Al poco de salir engancho un grupo que,
aunque irá engordando considerablemente, ya no perderá hasta bajarme de la
bici. La primera vuelta mis sensaciones no son las mejores y mi dilema es si
mantenerme en el grupo para tener protección o dejarme caer en busca de un
ritmo más cómodo. Por suerte, a partir de la segunda vuelta empiezo a encontrarme de maravilla y – ¡Quién lo
diría al principio – me lo paso genial callejeando por las calles del circuito.
Sin duda, una bici que no podía ni soñar antes de empezar la carrera. Para la
tercera vuelta nos doblan los “gallos” con Mario Mola a la cabeza. El tiempo
final de este sector es de no creérselo, a pesar de que no llegaran a ser 40k:
57’47”. Los mejores “mortales” de la prueba, esto es, si quitamos a la élite
del triatlón presente en Barcelona, rodaron en torno a los 55’. Lo dicho, de no
creérselo. En ese momento, evidentemente, no soy consciente de un hecho
sorprendente: me he bajado a correr en menos tiempo que el año anterior, esto
es, la suma de los tiempos de natación, carrera a pie y transiciones es mejor
que la del año anterior... Es cierto que en 2014 la bici fue más peligrosa con
el asfalto mojado y por la cantidad de gente en el circuito debido al retraso
en las salidas, pero ¡Que me plantaba casi sin entrenar!
Para ser exactos, la suma de los dos primeros sectores y las
dos primeras transiciones en 2014 fue de 1h28’42” y en 2015 1h28’20”, esto
quiere decir que cuando empiezo a correr tengo 22” de ventaja sobre mi yo de
2014.
Empiezo la carrera a pie muy relajado. Este es el sector de
las pájaras, dónde todos los esfuerzos del triatlón se juntan y 10 kilómetros
penando son muchos kilómetros. Al poco de empezar, me topo con mis dos “hooligans”
particulares, que me dan alas en un tramo del circuito dónde el depósito de
gasolina se está vaciando. Aún así, mantengo ritmos cercanos a 4’ el kilómetro –
en algún momento incluso por debajo – lo que dispara mis ilusiones. En ese
momento no tengo ni idea de lo bien que lo estoy haciendo en cuanto a tiempos,
en la víspera me conformaba con bajar de 2h30’ y alrededor del kilómetro 4 la
previsión es de 2h10’ aproximadamente – esto ya es un pisto que me tiro yo a
toro pasado. Justo antes de llegar al punto de giro en el Arco del Triunfo me
encuentro el primer – lógico ya a estas alturas – revés del día en forma de
flato. En otras circunstancias hubiese bajado el ritmo hasta conseguir acompasar
la respiración, pero en este caso soy sensato y me paro a tomar algo en el
avituallamiento y no arranco a correr hasta que recupero bien la respiración. A
partir de ese momento corro más lento, para evitar que vuelva a reproducirse el
flato. Poco a poco voy recuperando algo más de ritmo – no como al principio,
pero si más que tras el flato – y empiezo a ver el final cerca. Alrededor del
kilómetro 7 noto que el bíceps femoral de mi pierna derecha me saluda,
diciéndome claramente que no me cebe si no quiero ver las estrellas. Así que
nuevo descenso en mi ritmo, a pesar de lo cual alcanzo en el último kilómetro a
un triatleta que se me pega en esos metros definitivos. Aquí es cuando cometo
el único error de la prueba, ya que a falta de 50 metros y ya en la alfombra
azul con la meta al alcance de la mano, le tiro un sprint a mi acompañante.
Creo que ni un segundo después de creerme invencible el bíceps femoral derecho
salta y me deja apoyado en la valla que delimita el pasillo de meta haciendo
estiramientos. Tras casi un minuto estirando consigo entrar caminando en 2h12’44”,
menos de 5’ por encima del registro marcado en 2014 llevándome la ovación del
público pues entré cojeando... las dos veces
que más me han aplaudido fue en Ribadesella al tener que retirarme por un
pinchazo y aquí... cosas veredes, amigo Sancho.
Llego destrozado, pero feliz, porque ahora si veo el
cronometro en meta y no me lo puedo creer. El triatlón no ha sido nada incómodo
hasta la segunda mitad de la carrera a pie y he tenido muy buenas sensaciones
en la bici. Barcelona, 8 meses después me vuelve a dejar una sonrisa en la
boca, en esta ocasión por demostrarme a mí mismo que mi nivel suelo – ese que
se tiene sin apenas entrenar – es más que respetable si se sabe competir con
cabeza.
Tras este triatlón los pasos me llevaban a Valladolid, dónde
el 5 de Julio volvía al triatlón en formato de contrarreloj por equipos, pero
eso ya es otra historia...